Gastar alegremente el dinero de todos, engañar a los vecinos y desviar la propia responsabilidad a terceros retratan las tres tentaciones recurrentes del mal gestor. Constituyen la cara más gris de la política. Mimar el dinero público, sincerarse con los ciudadanos y asumir los errores cuando se cometen son características que no siempre se encuentran en los gobernantes. Claro que el gasto desproporcionado puede derivar en malversación, que la mentira es imposible de sostener en el tiempo y que lanzar balones fuera constituye una artimaña tan zafia que deriva en desfachatez.
Estos tres vicios suelen presentarse juntos, pegados como lapas, y se retroalimentan entre ellos. Ejemplos hay muchos, en todos los ámbitos. Se puede comprobar con la reciente subida del recibo de agua en San Andrés del Rabanedo. Subir un 75% constituye un auténtico despropósito, cuyo desencadenante se remonta a septiembre de 2010.
En ese momento San Andrés comprometió las arcas municipales con una ligereza inusitada. La mayoría absoluta reinante aprobó la condonación del canon que la empresa del agua estaba obligada a pagar al ayuntamiento. Accedió, aunque lo negaran entonces, a la obscena subida del recibo que todos los usuarios soportarán a partir de ahora. E incrementó el costo del servicio a cargo del erario público en más de un millón de euros al año: una decisión que supone, hasta la extinción del convenio, más de 36 millones de euros a mayores. El equivalente a lo que gasta el ayuntamiento en personal durante tres años.
Qué fácil es disparar cuando lo que se gasta es pólvora ajena.
Engañaron a los vecinos. Cuando se privatizó el agua en 1996 prometieron remunicipalizar este servicio, pero cuando recuperaron la alcaldía incumplieron ese compromiso de rescatar la concesión. Peor aún, en 2010, prorrogan en quince años la privatización del agua: se había adjudicado hasta 2031 y lo ampliaron al año 2046. En el pleno de 3 de septiembre de 2010 aseguraron que el nuevo convenio no iba a suponer un incremento del recibo, pero los hechos corroboran que en solo cinco años se ha generado una deuda de 6 millones de euros. Como siempre, será el pueblo llano el pagano de tanto contrasentido: satisfará el metro cúbico de agua a un precio que se sitúa entre los más caros de España.
Qué oportunas resultan las hemerotecas para refrescar la memoria.
Por último, buscan culpables; pero fuera y lejos. En este caso, atribuyen la subida del agua a una sentencia judicial, como si los jueces se dedicaran a subir las tasas a su libre albedrío, sin hacer referencia al convenio que ellos mismos aprobaron en septiembre de 2010, y sin que ese vergonzoso argumento emitido por la oficialidad tras la aprobación de las nuevas tasas figure en la web municipal (un portal, por cierto, donde la transparencia brilla por su opacidad). Los que levantaron el dedo hace seis años, focalizan la responsabilidad de que el municipio se encuentre con el agua al cuello en instancias ajenas, por ejemplo en los juzgados. No hacen ninguna concesión al hecho de que ellos mismos se han divorciado desde el primer momento de las prácticas del buen gobierno.
Qué bonito es ostentar el poder y, al mismo tiempo, sacudirse las consecuencias de los desmanes ocasionados en su ejercicio.
Así, de esta manera se escriben las políticas de campanario. Aquellos que secundan los tres vicios que las retratan (a la hora de gastar el dinero de todos, de embaucar a los vecinos y de eludir la responsabilidad de sus despropósitos) deberían tener presente la advertencia que ya enunciara Abraham Lincoln: «Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo». A lo mejor así cambiaban de actitud y, por ende, todos saldríamos ganando.