»Parecía la inauguración del museo de cera de los actores socialistas de los últimos cincuenta años más que la presentación de una candidatura para liderar los nuevos tiempos.
Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas, / compañero del alma, tan temprano. Murió de dolor, de frío y de hambre, enfermo, cautivo del franquismo. Lo mataron los que creían que las ideas se podían aherrojar como los tobillos de un presidiario o que la fuerza del pensamiento se detiene ante los muros rocosos de una celda carcelaria. Acabaron con su vida a los 32 años, sí, pero nunca lograrían amordazar su mensaje ni acallar su voz, que se volvió inmortal. Lincharon al hombre, pero no pudieron con sus poesías moldeadas por pletóricos sentimientos, ni con sus palabras que destilan amor ni con sus versos desgarradores sedientos de justicia. La poesía es un arma que trasciende a los más intolerantes, sean estos del signo que sean, y que el tiempo ha demostrado mucho más efectiva que las que empuñaron los levantiscos, con sus ruidos de sables y sus fusiles.
Para la libertad, sangro, lucho, pervivo / Para la libertad, mis ojos y mis manos / Como un árbol carnal, generoso y cautivo / Doy a los cirujanos. Cada individuo lleva en la mochila de sus recuerdos aquellas películas, canciones y libros que le permitieron asomarse al mundo y contemplarlo desde otra perspectiva en sus primeros años de juventud. Quien suscribe reconoce que, mucho antes de alcanzar la mayoría de edad, ya había quedado atrapado por sus versos, que leía en formato papel y que escuchaba interpretados por Serrat, Jarcha o Mocedades. Hoy resulta de justicia recordarlos porque este 28 de marzo se cumplen 75 años de la desaparición del poeta, 75 años de la muerte de Miguel Hernández.
Pintada, no vacía: / pintada está mi casa / del color de las grandes / pasiones y desgracias. No parece que en el acto de presentación de la tercera candidata a la Secretaría General del PSOE se acordaran del autor de Andaluces de Jaén, a pesar del aniversario de su fallecimiento. Allí estaban a otra cosa: al marketing del que dicen renegar, a la sobreactuación, al aplauso gratuito o al recuento de afinidades. Puede que de las tres sea la candidatura menos mala, frente a las de Pedro Sánchez y Patxi López. Pero también puede ocurrir que con una puesta de escena como la que exhibió este fin de semana, con las primeras filas repletas de tiranosaurios del partido, en lo que parecía la inauguración del museo de cera de los actores socialistas de los últimos cincuenta años más que la presentación de una candidatura para liderar los nuevos tiempos, Susana Díaz haya cometido un error de bulto. Un error injustificable. El PSOE, que vive los peores momentos de su historia, precisa de una profunda renovación. Por ello no parece la mejor manera de escenificar la puesta de largo de una candidatura a la Secretaría General el rodearse de cartuchos que, casi todos ellos, ya están quemados. Falló la puesta en escena, pero también falló el contenido. Aparte de que el IFEMA resultó un escenario frío y distante para un acto de estas características, la intervención de Susana Díaz recordaba más a una animadora de feria que a una persona con capacidad para liderar un proyecto político y con un discurso propio.
Tragedias
Llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida. Si Miguel Hernández hubiera vivido en la Grecia antigua y fuese un espectador de los movimientos precongresuales del PSOE, a buen seguro se hubiera inspirado en ellos para escribir una tragedia. Porque mientras la Gestora muestra cada vez con menos disimulo sus querencias y no querencias entre los candidatos y Susana Díaz se estrenaba como aspirante a lideresa allende el Despeñaperros, Pedro Sánchez, desde el feudo de uno de los barones que estaban apoyando a la andaluza, llamaba a elegir a los militantes entre un PSOE del siglo XX (el que se congregaba en el IFEMA) o uno del siglo XXI (el que él mismo atribuye a su propia candidatura). Se lo pusieron fácil.
Umbrío por la pena, casi bruno, / porque la pena tizna cuando estalla, / donde yo no me hallo, no se halla / hombre más apenado que ninguno. Otras tragedias se han representado en las últimas fechas, cada una con su idiosincrasia: el epílogo leonés a las primarias del PP autonómico, los problemas que, como el rayo, no cesan en el hospital de León y sin que se rebanen las cabezas políticas de los responsables, la protesta de algunos porque unos escolares exponen sus manualidades sobre la Semana Santa en el mismo centro educativo donde cursan sus estudios. O la desgracia de vivir en unos tiempos en los que ya no se está seguro en ninguna parte: ni siquiera presenciando unos fuegos artificiales en Niza, un mercadillo de Navidad en Berlín o el Big Ben reflejado en el Támesis.
Carne de yugo, ha nacido / más humillado que bello, / con el cuello perseguido / por el yugo para el cuello. Los biógrafos de Miguel Hernández no se ponen de acuerdo sobre el papel que desempeñó Luis Almarcha en la muerte del poeta. El que fuera también canónigo de Orihuela, llegó a financiar su primer libro de poesía Perito Lunas y, ya en la cárcel, cuando agonizaba, lo casó por la Iglesia. Pero la cuestión es si pudo salvarle la vida y no lo hizo. Porque influencias no le faltaban al religioso, como acreditó de inmediato: al año siguiente de morir el poeta, Franco lo nombró procurador en Cortes y poco tiempo después fue consagrado obispo de León.
Remembranzas de juventud, evocación a un gran poeta que le cantó a la vida y al amor, a la guerra y a la muerte, que denunció la tiranía y al tirano. 75 años después de su muerte, la obra de Miguel Hernández sigue tan fresca como cuando la escribió. Como actuales son los versos recogidos en Viento del Pueblo que apuntan directamente a León y a sus gentes: …leoneses, navarros, dueños / del hambre, el sudor y el hacha, / reyes de la minería, / señores de la labranza, / hombres que entre las raíces, / como raíces gallardas, / vais de la vida a la muerte, / vais de la nada a la nada: / yugos os quieren poner / gentes de la hierba mala, / yugos que habéis de dejar / rotos sobre sus espaldas.