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La chistera nacional

Puede que Groucho Marx no estuviera tan desencaminado como algunos imaginan cuando advirtió que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

 

La actualidad de la semana pasada, como todas las anteriores desde hace una eternidad, como las que seguirán hasta no se sabe cuándo, ha estado polarizada por Cataluña. Que si el Tribunal Supremo notifica al Congreso la sentencia de inhabilitación a Francesc Homs, que si el Gobierno recurre al Tribunal Constitucional los presupuestos catalanes y pide que advierta al presidente de la Generalitat que el desacato a los jueces constituye delito, como si la ignorancia de la ley excusara de su cumplimiento, que si Rajoy como presidente del PP clausura el congreso del PP catalán. O que si Rajoy como presidente del Gobierno de España y prestidigitador mayor del Reino acude a un encuentro con empresarios catalanes y se saca de la chistera un conejo cifrado en 4.200 millones de euros de inversiones en infraestructuras para Cataluña.

Y ha sido esta última iniciativa la que ha removido más conciencias, más suspicacias, más sentimientos de agravio por toda la piel de toro patria. Desde Andalucía hasta Asturias, desde Valencia a Extremadura, la prensa local de toda España se ha hecho eco de una evidencia que sufrimos los españoles: mientras a todos, en mayor o menor medida, se nos aplican recortes, incluso en los servicios de mayor calado social como la Sanidad o la Educación, con la excusa de que hay crisis y escasean los recursos, el prestidigitador Rajoy encuentra miles de millones de euros para lucirse en un viaje institucional. Lo siguiente que muchos han pensado es que se trata de una venda para tapar la hemorragia de un secesionismo catalán atrincherado en sus dogmas, en su intolerancia. Y la conclusión a la que algunos llegan es que van a obligarnos a presentarnos todos como secesionistas, a negar nuestra condición de españoles como Pedro negó a Jesús o como quien pide la portabilidad de una compañía de telefonía a otra, para llamar la atención del Gobierno Central sobre las necesidades de cada territorio.

Presumo y llevo a gala el sentimiento de pertenencia a un gran país: siempre me he manifestado español por los cuatro costados y a mucho orgullo, aunque a veces esa declaración provoque interpretaciones erróneas o adscripciones indeseables. Pero, con idéntico tono categórico, también he advertido que no creo en esta España invertebrada y cainita, en este país de opresores y de oprimidos, en una nación donde una parte de sus políticos convierten la gestión pública en espectáculo y el resto se han enquistado en la contemplación y el momio mientras regiones enteras se desertizan social, cultural, demográfica y económicamente. Y no pasa nada. Tampoco puedo reconocerme en un país que niega el reconocimiento regional a León, la única región que ha sido borrada del mapa de las autonomías, una tierra que ha contribuido como ninguna otra a forjar la esencia de España.

Encaje de bolillos

Puede que Groucho Marx no estuviera tan desencaminado como algunos imaginan cuando advirtió que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Al menos eso es lo que pensé cuando seguí algunas de las intervenciones que se escucharon en el Congreso del PP de Castilla y León este fin de semana. Apareció el prestidigitador de la chistera en Cataluña, pero esta vez descorbatado, con pinta de pobre, la americana de los mítines y sin otra cosa que ofrecer más allá de parabienes a todos y palmaditas a los más próximos. Vino para asistir al entierro de Juan Vicente Herrera como líder de los conservadores. Pero esta visita, a diferencia de la cursada a Barcelona a principios de semana, le salió barata. O mejor, gratis: ¿para qué iba a comprometerse con una tierra que aunque no haga nada por ella le sigue votando? Tan embelesado estaba Rajoy en Valladolid, capital de la autonomía considerada granero de votos de su partido, que restó un lustro, nada menos que un lustro, a los años que llevan gobernando: dijo que gracias a los militantes el PP debería estar otro cuarto de siglo ganando elecciones, cuando lo cierto es que no lleva veinticinco años, sino treinta (que cumplirá el próximo mes de julio) ganando elecciones y gobernando la Junta. O cuando el nuevo líder de la derecha autonómica proclamó que Castilla y León es la cuna del parlamentarismo y de la universidad más antigua del mundo (la de Salamanca), cuando la realidad es que tanto una como la otra tuvieron su origen bajo el reinado de Alfonso IX de León. No de Castilla ni de Castilla y León, señor Mañueco: de León, rey de León. Apagados los focos del congreso y desvelada la nueva ejecutiva podemos colegir que los populares en la autonomía  presentan un perfil más de derechas y menos de centro. Y que el PP autonómico ahora es aún más de Catilla y es aún menos de León, una tierra donde a sus militantes (a los que están al corriente de las cuotas y a los que no lo están) solo les queda relamerse de las heridas, de las humillaciones y de las fracturas sufridas en el proceso de primarias, y cruzar los dedos para que no se produzcan nuevos desgarros cuando se celebre el congreso provincial.

La política es un espacio para prestidigitadores, chisteras, conejos; pero también para los encajes de bolillos en los argumentos y en la dialéctica, aunque lo que salga sea un churro chabacano. Y es que en política todo vale. Porque el respetable no se subleva contra quienes, como Mañueco, les niega la identidad o les roba el protagonismo en la celebración de las primeras cortes democráticas del mundo o el mérito de fundar la primera universidad. Ni contra Luis Tudanca que se pregunta cuándo van a decidir los castellanos y leoneses sobre su futuro, como si el líder de los socialistas en Valladolid o el PSOE de Castilla y de León se hubieran caracterizado en algún momento por defender el derecho de los leoneses a decidir sobre su futuro, empezando por su futuro autonómico. Ni contra Tino Rodríguez quien se ofrece para dar lecciones de identidad leonesaPuigdemont (con cambio de reina incluido en uno de los libros que le recomienda para ilustrarse) cuando, en su condición de procurador autonómico, pertenece a un parlamento que precisamente supone la negación territorial de aquellas primeras cortes democráticas y al que el líder de los socialistas leoneses no parece que le haga ascos: ni a ese parlamento, ni a su configuración territorial, ni a lo que representa la comunidad autónoma en cuanto a negación de lo leonés. ¿O es que ahora que el PSOE está patas arriba, va a replantearse el discurso que mantiene respecto a León, al derecho de los leoneses a decidir su futuro autonómico o al diseño autonómico actual?

Unos y otros se aprovechan de que los ciudadanos apenas prestan atención a los políticos, a sus chisteras, a sus encajes de bolillos. Lo malo de esta situación es que, como ya previno Arnold Joseph Toynbee, “el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”.

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Otro punto de vista de la actualidad por Luis Herrero Rubinat