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Riaño I (con fotos) El túnel de Las Salas

Retazos de memoria 30 años después

 

Condenado a muerte por Francisco Franco Bahamonde, todo un especialista en firmar ese tipo de sentencias, tuvo como verdugo a Felipe González Márquez. A principios de los 60 el régimen del General inició la tramitación burocrática para transformar el hermoso valle del Esla en un océano de agua dulce. Había transcurrido un cuarto de siglo agónico para la montaña oriental leonesa, atenazada su alma mientras esperaba en el corredor de la muerte, cuando el ejecutivo socialista consideró que era llegada la hora de ejecutar la sentencia. Tras revalidar su mayoría absoluta en las elecciones generales de 1986, el gobierno decide demoler los pueblos, cerrar la presa de Riaño y anegar el valle con carácter inmediato. La Diputación y la Junta, entonces también gobernadas por el PSOE, se limitaron a palmear las decisiones provenientes de Madrid.

Una vez desestimados los interdictos que intentaron paralizar las obras en los juzgados, fue a partir del 7 de julio de 1987 cuando el filo de la guillotina cayó implacable sobre los nueve pueblos condenados: Riaño, Pedrosa, Huelde, Anciles, Salio, Burón, Vegacerneja, La Puerta y Éscaro. San Fermín, en el día de su festividad, lanzó el infierno sobre Riaño. A primera hora de ese siete del siete del ochenta y siete, comenzaron a desfilar por el valle las máquinas de destruir casas, de asolar pueblos, de pulverizar la vida de una comarca. Excavadoras, retroexcavadoras, buldóceres, camiones y grúas enfilaron hacia los pueblos bajo la atenta vigilancia de un ejército de guardias civiles. Tanto las máquinas como los agentes de la autoridad permanecerían en el valle hasta concluir la siniestra tarea que tenían encomendada: que no quedara piedra sobre piedra, en el sentido literal de la expresión, dentro del perímetro previsto para ser engullido por el pantano. Una encomienda que se ejecutó con diligencia, pues se materializó en poco más de dos semanas.

Aquel verano se vivieron momentos desgarradores hasta el extremo. León perdía un jirón emblemático de su curtida piel, la montaña oriental se veía abocada al ostracismo a pesar de sus impresionantes parajes, los pueblos fueron arrasados, casa a casa, a golpe seco de excavadora. Mientras los vecinos, la mayoría de ellos desalojados de malas maneras, quedaban relegados al papel de testigos impotentes ante el derrumbe de sus hogares. Unas experiencias atroces que, 30 años después de que acontecieran, siguen vivas, muy vivas, en la memoria de quienes las padecieron y de quienes fuimos testigos de lo que entonces sucedió.

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Por aquellas fechas yo me había comprado mi primera cámara fotográfica; se trataba de una Zenit, un aparato sencillo que adquirí por el módico precio de 500 pesetas en la desaparecida óptica san José, en Ordoño II. Con esa cámara acudí en numerosas ocasiones a los pueblos de Riaño mientras estaban siendo arrasados por las máquinas. Allí tenía amigos, conocía a algunos tejadistas y en las elecciones municipales y autonómicas celebradas el 10 de junio de 1987, me había presentado por la UNLE (Unión Leonesista), la génesis de la UPL; una formación que ese año obtuvo representación en la mayoría de los municipios de la zona: Crémenes, Valderrueda, Burón, Acevedo… Las fotografías que ilustran el presente reportaje están hechas con esa cámara, la mayoría tomadas con carretes de diapositivas. Unas instantáneas que, aunque carecen de calidad, han sobrevivido milagrosamente al paso del tiempo. Su valor reside en que ofrecen el testimonio de unas escenas captadas hace ahora 30 años, en unos pueblos aniquilados sin piedad y cuya tragedia no merece caer en el olvido por el mero paso del tiempo.

El valle

En aquellas fechas de lágrimas y tensión, mientras los pueblos eran destruidos, no era sencillo acceder al valle de Riaño. Había que ingeniárselas. Aunque la carretera es una carretera nacional, la 621, a la salida de la localidad de Las Salas siempre había un control de la Guardia Civil que obligaba a detenerse y dar una explicación satisfactoria sobre el motivo y el destino del viaje. De no ser así, los agentes obligaban a los conductores a dar la vuelta y regresar por el mismo camino por donde habían venido. En mi caso, me identificaba como el Secretario General de la UNLE y manifestaba, fuera o no fuese cierto, que tenía una reunión de concejales. La verdad es que me acerqué a Riaño en numerosas ocasiones mientras duraron los derribos, y nunca se me impidió el paso.

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Al poco de atravesar Las Salas se llegaba a un túnel que desembocaba en el valle, por el margen derecho del río Esla: justo enfrente de la carretera actual, la nueva, que discurre por el margen izquierdo del pantano. Pasado ese túnel se entraba en otra dimensión, en un valle verde y frondoso con el Esla serpenteando juguetón aguas abajo en dirección a la presa. La presa: un colosal vientre de hormigón, de 101 metros de altura y tatuado en 1984 con pintura roja, el color de la sangre y del hierro incandescente. Señorea su inscripción de una sola palabra y diez letras, pintadas con caracteres gigantescos: DEMOLICIÓN.

Antes de ese verano de 1987, atravesar el túnel de Las Salas generaba un piélago de sensaciones todas positivas. Era como atravesar una puerta para encontrarse en un territorio diferente, mágico, límpido, de una belleza sobrecogedora. La gente de la montaña siempre se ha caracterizado por su carácter extrovertido y por su hospitalidad. Mis recuerdos hasta esa fecha en Riaño están ligados a conceptos como aventura, senderismo, acampadas, amistad o diversión. Pero en aquellas fechas en las que se estaban ejecutando los derribos, atravesar el túnel de Las Salas y llegar al valle era lo más parecido a adentrarse en medio de un campo de guerra o traspasar las mismas puertas del averno. De qué manera puede cambiar un paisaje de un día para otro cuando la desgracia se ceba con sus pueblos y sus vecinos. Parecía como si el aire fuera otro, como si se hubiera enturbiado hasta la propia atmósfera que se respiraba. Sí, eran otras, muy distintas, las sensaciones que se percibían bajo la mirada altiva de las crestas montañesas. Otra la realidad que se mascaba bajo esas catedrales rocosas, macizos que apuntan al cielo, testigos pétreos de la tragedia que se cernía sobre el valle. Y, además, barreras involuntarias de contención del agua cuando el río comenzara a embalsar.

 

Fecha de publicación                     Título

4 julio de 2017                        Riaño I. El túnel de Las Salas

5 julio de 2017                        Riaño II. Los pueblos y la lucha

6 julio de 2017                        Riaño III. Comienzan las demoliciones

7 julio de 2017                        Riaño y IV. El final

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Otro punto de vista de la actualidad por Luis Herrero Rubinat