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Salió trucha

»El daño está hecho. Pero, aunque tarde, cabría esperar menos soberbia en la hermana y en el cuñado de Felipe VI. Alguna muestra de contrición. Por ejemplo, unas disculpas públicas. O la renuncia de Cristina a la línea de sucesión

 

 

Con esta expresión, me informan unas amigas argentinas y lo ratifica el RAE, en el país sudamericano se refieren a algo falso, fraudulento, que decepciona. Aquel o aquello en lo que se han puesto determinadas expectativas, pero que al final se ven defraudadas. Vendría a ser el equivalente a lo que por estos lares conocemos como salir rana alguien o algo.

Conocí este localismo casi al mismo tiempo en que se hizo pública la sentencia referida al matrimonio conformado por Cristina e Iñaki. Una pareja de altezas cuya imagen, salpicada de bajezas, ha decaído hasta la decrepitud por los propios méritos de ambos. Ellos, que por ser vos quien sois tenían la obligación de ofrecer una imagen ejemplarizante, se han enfangado en los peores lodos para una sociedad moderna.

Porque en los nuevos tiempos ya no importan tanto la moralidad ni las moralinas en la vida privada de la realeza, sus presuntas conquistas, las supuestas desafecciones entre algunos de sus miembros, los dimes y diretes mayestáticos. En todas las casas se cuecen habas y en los palacios a calderadas. Por contra, la sociedad aplaude con naturalidad que un príncipe heredero contraiga matrimonio con la persona que designe su corazón, aunque sea plebeya y divorciada, antes que con una princesa casadera de las que esperan su turno en los aposentos reales. Bien está que se modernicen las monarquías.

Lo que más importa a la sociedad contemporánea son las actitudes respecto a los intereses públicos. La honestidad de los gestores, la transparencia en sus negocios, la luz y los taquígrafos en los ingresos que perciben por cualquier concepto. Especial celo se debe procurar en una institución como la monarquía, en la cual el rey se corona no en función de los méritos acreditados, sino en virtud de la cuna en que ha nacido; no por el voto de los ciudadanos, sino por el arbitrio de la sangre. Tampoco existe la reelección periódica pues la duración del reinado solo depende de los años que viva el rey o de su libérrima voluntad de abdicar. Por todas estas razones, las premisas de máxima transparencia en la gestión pública y en los dineros privados deben aplicarse con especial celo a los miembros de la realeza.

Consecuencias

Dejando a salvo que la sentencia no es firme, y que por lo tanto la pareja real goza todavía de la presunción de inocencia aplicable a cualquier ciudadano en su misma situación, lo que ya supone una realidad irreversible es el daño que han hecho a la institución de la que forman parte. Ella ha sido absuelta de toda responsabilidad penal, pero ha sido condenada a pagar una multa de 265.000 euros como responsable civil a título lucrativo de los trapicheos de su marido. Un aspecto este que debería conllevar alguna consecuencia. Y contundente. Él ha sido condenado por prevaricación, malversación, fraude a la Administración, tráfico de influencias y dos delitos fiscales a seis años y tres meses de cárcel, siete años de inhabilitación y al pago de una multa de 512.000 euros. Con tales antecedentes, y con independencia de lo que puedan resolver en su momento instancias jurisdiccionales superiores, lo mejor que le puede ocurrir a la Corona para procurar que este espinoso asunto la salpique lo menos posible, es distanciar de la agenda oficial a sus altezas encausadas.

El daño está hecho. Pero, aunque tarde, cabría esperar menos soberbia en la hermana y en el cuñado de Felipe VI. Alguna muestra de contrición. Por ejemplo, unas disculpas públicas. O la renuncia de Cristina a la línea de sucesión, un gesto sin efectos prácticos porque no tiene ninguna posibilidad de reinar quien ocupa el sexto lugar. Una actitud más humilde siempre sería bien recibida por la plebe. Y si desea no volver a pisar este país, como ella misma manifestó al finalizar el juicio el pasado mes de diciembre, que se marche sin hacer ruido.

De manera que, aplicando la expresión de mis amigas argentinas, la infanta salió trucha y su esposo trucho. Truchos los dos para la Corona, truchos para el conjunto del país y para todos los españoles. Especímenes estos que nada tienen que ver con el otro, con su majestad la reina incuestionable de nuestros ríos y de las cocinas más selectas. No es comparable la trucha de León con las inmundicias cortesanas.

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Otro punto de vista de la actualidad por Luis Herrero Rubinat