No acabo de entender la actitud quejicosa que están teniendo algunos empresarios a cuenta de la nueva ley de «registro de jornada» recién aprobada por el Gobierno y que les obliga contabilizar de manera fehaciente y con exhaustividad la horas trabajadas mensualmente por sus empleados. El histrionismo con el que se han tomado este asunto no tiene lógica. Pues son sabedores que el contratiempo es de fácil solución: para el registro de horarios pueden usar las hojas de firmas como se ha hecho siempre o, si lo prefieren, las máquinas de fichaje con tarjeta o las biométricas –con lectura de huella dactilar o iris–. Y para los casos de empleados con movilidad, existen desde hace tiempo aplicaciones con geolocalización para móviles. El hecho de ver a tanto empresario enervado me lleva a pensar que la aprobación de esta ley ha sido muy oportuna. Y que no iban desencaminados los inspectores de trabajo, pues llevan años instando a que dicho registro fuera obligatorio como única vía para atajar el fraude en las horas extras.