Reconozco abiertamente que el PNV de vez en cuando me seduce y atrapa mi voto cuando llegan unos comicios electorales. Aunque soy un constitucionalista confeso y me chirría su salmodia independentista, el PNV me ha ido demostrando con el tiempo que es un partido serio. Cuando les ha tocado gobernar en tal o cual municipio o institución, he comprobado que son buenos gestores y que se esfuerzan en lo posible en solventar los problemas de todos. También los de aquellos que introdujeron en las urnas papeletas azules, naranjas o de cualquier otro color; como no podía ser de otra manera. El único «pero» que les encuentro es esa pulsión independentista –a la que ya me he referido– intrínseca en ellos y que a menudo les hace desbarrar. En colación a esto, espero y deseo que los jeltzales aparquen su inquietud cismática y digan «no» a una posible alianza con el PDeCAT en las próximas elecciones europeas del 26 de mayo. Ahora que Carles Puigdemont se ha hecho con el control de este partido, lo ha desnortado, convertido en detritos y lo utiliza solo en su propio interés, considero una irresponsabilidad hacer de su causa –o más bien de su vesania– una bandera y pretender que los vascos la sigamos y defendamos por toda Europa como si fuera la nuestra. La respuesta a este propósito debe ser «¡no!».