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Riaño II Los pueblos y la lucha

Retazos de memoria 30 años después

 

Hasta ese nefando verano de 1987, resultaba embriagador pasear por cualquiera de los pueblecitos condenados por ese General acostumbrado a rubricar sentencias de muerte. Se trataba de rincones imbricados con la naturaleza, con el entorno, auténticos remansos de paz.

Incluso la localidad más humilde tenía construcciones de las que presumir, rincones en los que perderse. Cada uno de los pueblos sentenciados acogía joyas arquitectónicas y arqueológicas que acabarían aplastadas, convertidas en escombros por la acción de las excavadoras y, más tarde, en refugio de los peces en el fondo del pantano.

Abundaban las ermitas e iglesias, todas ellas centenarias y algunas de un considerable valor patrimonial, las viviendas tradicionales, con sus corredores, los puentes, como el de Bachende, las casitas típicas, como las que conformaban la plaza de Riaño y hasta palacios. Todo ese patrimonio inmobiliario quedaría reducido a escombros, víctima de la voracidad y de la locura del ejército aniquilador.

Muy pocas construcciones se salvaron de la tiranía gubernamental. En el caso del palacio de los Allende en Burón, se desmontó piedra a piedra para volver a reconstruirlo. Aseguraron entonces que se convertiría en el tercer Parador de la provincia. La realidad es que, 30 años después, las piezas desmontadas una a una y numeradas permanecen en el mismo lugar, criando musgo y maleza. Y abandono. Otro testimonio, otro más, del olvido al que han condenado las administraciones a la zona tras el cierre de la presa.

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Aún hoy resulta espeluznante recordar aquellas jornadas de destrucción masiva en el valle. Treinta años después duelen las remembranzas, tantas imágenes imborrables que deparó ese mes de julio de 1987. Como las de pasar por donde antes había una población (Huelde fue la primera en desaparecer) y encontrarse solo con una masa de escombros, piedra esparcida y madera humeante. Nada más. O, como en el caso de Riaño, constatar cómo se iba desmoronando poco a poco la cabecera del valle, cómo la gangrena corría destructiva por sus calles, ensañándose con todo lo que se interponía en su camino fatal, casa por casa; acabando con todas sus edificaciones una por una. Y cómo iba dejando tras de sí un reguero de escombros y de lágrimas, un panorama angustioso, un paisaje desolador que no se debería repetir nunca más en ninguna otra parte.

La lucha por salvar Riaño

En cuanto las máquinas tomaron el valle y comenzaron a demoler sus edificaciones, se constató el fracaso de todos los esfuerzos tendentes a evitar ese momento. La lucha de tantos hombres y mujeres, con tanto denuedo, durante tanto tiempo, había sido en balde. Una poderosa maquinaria administrativa, la virulenta respuesta policial, la presión de los regantes y el envalentonamiento de un gobierno que, aun perdiendo más de un millón de votos respecto a las elecciones de 1982, había revalidado la mayoría absoluta, constituyeron factores decisivos y letales para la suerte de los nueve pueblos.

De nada sirvieron las medidas de presión ejercidas hasta ese momento para alejar el fantasma del pantano. Como las manifestaciones que se habían sucedido en diferentes ciudades de España contra el embalse. Recuerdo de manera especial la celebrada el 17 de mayo de 1986 en el mismo Riaño, cuando se celebró la «Fiesta del Capilote». Fue un sábado cálido, concurrido y muy intenso en emociones.

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Otro tipo de presión lo constituyeron las pintadas diseminadas por los pueblos afectados, en contra del pantano. Sin duda la  que se hizo más popular, la más fotografiada y comentada, la más espectacular, fue aquella a la que ya nos hemos referido, realizada en la propia presa, con caracteres de 5 metros de alto y con un mensaje directo: «DEMOLICIÓN».

La vía judicial fue un recurso que se utilizó en el último momento, cuando ya las máquinas habían iniciado su particular escabechina con los edificios del valle. En concreto, cuando comenzaron las demoliciones en diciembre de 1986, los vecinos presentaron diferentes interdictos en el juzgado de Cistierna. Recuerdo asistir a la vista celebrada en esa localidad. Estos interdictos consiguieron prolongar unos meses la agonía de los pueblos: en marzo 1987 el juzgado desestima las demandas y en abril la Audiencia Provincial ratifica ese pronunciamiento. A partir de entonces el gobierno tenía vía libre para seguir con las demoliciones, aunque optó por esperar a que pasaran las elecciones municipales y autonómicas del 10 de junio.

Una última —y desesperada— medida de presión fue protagonizada por los tejadistas. Con este nombre se conocieron a quienes se subían a los tejados de las casas en un intento vano de evitar la demolición de esos inmuebles. La figura del tejadista se popularizó tanto por los medios locales como por los nacionales, sin duda por la originalidad en la forma de protestar. Y también como reconocimiento a una gesta que denotaba hasta qué punto estas personas fueron capaces de llevar su grado de compromiso con los vecinos, con los pueblos y con el valle afectado para evitar que el proyecto de pantano siguiera adelante.

Fue una lucha desigual la que enfrentaba a quienes se aferraban a los capilotes y quienes enviaban a los guardias a disparar pelotas de goma. Pero tengo la impresión de que los vecinos nunca se sintieron solos. A medida que pasaba el tiempo llegaban al valle más y más adhesiones de todas las partes, nuevas muestras de solidaridad procedentes de gente de todo tipo: ciudadanos anónimos y ciudadanos de las artes o de la cultura. Así, hasta el final. Incluso una vez arrasado el valle, en ese mismo año, un grupo de intelectuales editó un libro homenaje a los pueblos y a sus vecinos: Riaño Vive.

Fecha de publicación                     Título

4 julio de 2017                        Riaño I. El túnel de Las Salas

5 julio de 2017                        Riaño II. Los pueblos y la lucha

6 julio de 2017                        Riaño III. Comienzan las demoliciones

7 julio de 2017                        Riaño y IV. El final

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